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Cuando niño
solía creer que Dios era más importante
que el culo de mi amiga imaginaria.
Eso hasta que comenzamos a hacer el amor como los niños
cuando invadíamos las casas abandonadas,
ocultándonos de los albañiles ebrios,
ocultando el jadeo, la pulsión tan rica de sentirse presa,
un trozo de pescado tierno, pero con espinas.


Con mi antigua e infiel amiga imaginaria jugábamos
a póngale la boca al culo,
o a la decepcionante y triste orgía de los candirúes atascados
en los hedores genitales.


Con mi bella, nalgona e imaginaria amiga,
por último, jugábamos con nuestros culos,
cómo se juega con una guillotina, como un gallo capado
o como una gallina a punto de ser sacrificada.


El culo como sol, como hogar dulce hogar.
El juego infantil como animalidad
para empezar a desordenar las nosequé líneas
que se quiere utilizar para cerrar el nisecuanto
antes de entrar al nisedonde.

Tres simples pasos
para conocer a Dios y aun así ser capaz de conservar la higiene

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Besé y olí los culos de mis compañeras del colegio en sueños.
En ellos era el duro, aquél que las sentaba a todas
al mismo tiempo encima de mis piernas.
Me encogía de hombros al despertar y aceptar mi inevitable destino
de no ser un Clint Eastwood sino un Curly Howard de sus miradas y atenciones,
siendo ya mi corazón el laboratorio-slapstick de todas ellas.


Yo no quería ser la bestezuela lista de las aulas,
un espécimen inútil de prisiones.
¡Soñaba con profanar! ¡Soñaba con sodomizar!
Ser el Unabomber del culo estrecho de las aulas,
la bala fatal de William Burroughs
que apuntara a la frente de mis profesores
y de todos los tarados que me caían mal.
Soñaba con ser el mono-kamikaze que profanara
los culos como tabla de las serranas de mi clase.


Soñaba con sus culos como institución o vestimenta.
Un pacer armónico en el campus con las pezuñas rotas,
un nuevo abrigo para hibernar en esos anos por milenios.
Sus nalgas serranas como nubes para beber líquido vital
y también ácido.
El animal enfermo ya no necesitaba el golpe para galopar.
No necesitaba galopar, de hecho.
No se puede huir de lo que uno verdaderamente es.

El culo en ese tiempo como los cénit y nadires
de un enfermo infantil y terminal.
Necesitaba de la dinamita nalgar
para enadecerme en pifias.
Enalguecer el espíritu universitario
para a sabiendas volver a fracasar,
como el coyote de las comiquitas.


La llamada del culo es poderosa.
E inevitable.
Y con frecuencia te invita a la tormenta,
bajito al lodo.
¡No hay nada más bajo, tormentoso y sucio
que esperar con paciencia y vicio
que una mujer se agache enfrente tuyo!


Cuando me dejó mi novia,
me largué al burdel con mi pana.
La mezcla de películas románticas
y los cómics de Robert Crumb,
me animaron a ir al prostíbulo más icónico de Guayaquil
para embriagarme y proponerle matrimonio
a cualquier mujer con nalgas como enciclopedias.

Ebrio, le propuse matrimonio
a una prostituta negra de jadeantes glúteos,
cosa que ella aceptó de buena gana
sólo para que me largase rápido.


Mi papá, que intuyó el ritual
de cada uno de los pasos que yo daba en falso,
me fue a buscar en taxi
antes de que me apareara con el pavimento.


¿Quién nuevo culo provocará una vieja gran lectura
en el guinguiringongo de la vida?


Parafraseando y deformando a Pound
(quien por hacer esto seguramente me despreciaría)
ningún hombre entiende un culo profundo
hasta que no ha visto o vivido,
por lo menos parte de su contenido…

Poemas Alcoholactantes

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